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Martina

              

        .

    Aún recuerdo ese 1 de agosto de 2003 en el que nació un gracioso bebé al que me gusta llamar YO.

   Mi rostro ha cambiado desde ese día:

Mis ojos un cruce entre esmeralda y miel que destacan por su tamaño, en serio, son bastante grandes. Sobre ellos descansan dos arcos de pelo que son normales ni muy poblados ni muy pequeños. Digamos que normales. En el centro de  mi cara una nariz un poco demasiado redondita y bajo ella reposan unos labios rosados que esconden unos dientes pequeños y blanquecinos. En cuanto a orejas soy distinta  a las demás puesto que no presumen de perlas u ositos de Tous que tanto llevan mis compañeras y amigas. Mi pelo es castaño, largo y de una textura lisa que no para de enredarse, por eso me lo ato con un moño que se me deshace a los cinco minutos. Lo sé porque mis amigos me lo recuerdan todo el rato. Mi piel no destaca por pecas, más bien por lo pálida que es. A ver no es tan, tan, pálida pero sí más que la de mis compañeras. Solo voy a decir una cosa sobre mi estatura y es que para borrar la pizarra de clase necesito una escalera. Pero ojo que no digo que sea algo malo porque así me identifican algunas personas y no me importa porque sé que es verdad. No solo me identifican por mi estatura, también por el nombre “la pedigüeña del grupo” porque es verdad que cuando quedamos los amigos, les pido pipas, pero no es para tanto. 

 

 

 

   Mi forma de ser también ha cambiado desde aquel día:

Si preguntas a cualquier amigo mío te dice que no paro de reír o sonreír porque la verdad es que me encanta estar contenta y tener amigos tan buenos ayuda a estarlo. No solo río también, a veces, me da por ponerme colorada cual tomate maduro, de verdad, puedes ponerme delante a cualquier persona y hacerme amiga suya porque está bien reconocer que soy abierta a los demás y que soy amable. Es que me encanta hacer amigos nuevos. Desde ahora dejo claro que también soy una autentica geniuda, mi mal genio es fuerte pero no tanto como mi empatía. Lo digo en serio mi empatía me puede en seguida me siento mal por la otra persona, supongo que por eso hago tantos amigos por ponerme en su lugar y hablar con ellos de sus problemas y entenderme con ellos. 

Una de las cosas que más me gustan en el mundo es dibujar. Expresar todo un mundo de pensamientos en un papel, con un lápiz y una goma es lo mejor que hay. Cuando me encuentro mal siempre recurro al papel para decirle lo que me pasa y dejar plasmado todo lo que tengo en la cabeza en ese momento. La verdad es que después me siento mejor, es como si tuviera al lado a alguien que me escucha y con el que puedo hablar.

   

   En mi memoria quedarán por siempre recuerdos de todo tipo, recuerdos alegres, tristes, incluso recuerdos que me pintan las mejillas de rojo.

Mi primer diente caído. El día que conocí a las personas que ahora son las más importantes de mi vida, como mis amigos. El día que aprendí a montar en bici… aunque mejor dejamos ese tema porque la bicicleta y yo no nos llevamos precisamente bien, por su culpa en mi piel quedarán cicatrices y marcas que no me abandonarán nunca. Y no solo en la piel en mi mente todavía quedan imágenes de un día  que debería haber usado los frenos, si lo hubiera hecho, tal vez una elegante señora ahora no tendría que compartir conmigo una cicatriz de bici. Pero bueno, ¿qué le hago?

  

  Aún recuerdo ese 1 de agosto de 2003 en que nació un bebé que no tenía ni idea de que le deparaba el futuro.

ASÍ ME VEO Y ASÍ ESPERO QUE ME VEAN, ASÍ ME  RECUERDO Y ASÍ ESPERO QUE ME RECUERDEN.

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