Esta soy yo: una chica deportista, sana y joven, de estatura media y de unos doce años. Mi cabello largo y de un color más o menos pelirrojo cae como una suave cascada desde lo más alto de mi cabeza. Cara tranquila, tímida, y llena de pecas como al llover se ven caer gotitas pequeñas en un inmenso océano, a veces tengo cara nerviosa y ovalada. Frente inteligente en la que destaca una brecha como el río Amazonas de larga. Los ojos marrones y grandes de color parecido al de una castaña y unas cortas pestañas que le dan un toque gracioso. A cada lado de la cabeza dos orejillas lucen dos enanas perlas. Nariz delgada, chata, boca sonriente con labios finos y unos dientes blancos como el interior de un sabroso y jugoso coco y alineados como la cuadrícula de una hoja.  Siempre mis mofletes vestidos de un rojo vivo, cuello largo y delgado desemboca en dos anchos hombros fuertes de tanto nadar. Un cuerpo ni delgado como una lombriz ni rellenito como el de una foca. Abajo del todo, unos pies de una talla treinta y ocho y unas piernas atléticas y bien formados como las raíces de una antigua y vieja secuoya.

 

 

        Yo, al igual que todos los humanos, tengo cosas buenas y tengo cosas malas. Las malas son herencia de mi padre. El mal genio y la mínima paciencia. Cuando estoy enfadada soy como un león hambriento. También soy fuerte como una montaña, servicial como una esclava y me uno a mi familia como un molusco para aprender de ella cosas nuevas. Soy tímida como cuando un camaleón por miedo se camufla para no ser visto, yo en mi caso, me tiño los mofletes de una roja amapola. Soy humilde, risueña como un buen ruiseñor, cariñosa, reflexiva y muy razonable.